A esas horas el calor apretaba.
Pensaron que era mejor quedarse.
Carlo se disculpó con Mar por lo ocurrido hacía un momento. Ella le quitó importancia.
Era la 1’30 p.m. y hacían verdaderos esfuerzos para soportar el insufrible calor que hacía. Mar miraba a su alrededor lo animado del ambiente. Conversaban en animada charla, cuando tras unos instantes, ella captó algo extraño.
Brendan también se apercibió de ello. A Mar no le gustó la expresión en los ojos de Brendan.
Carlo se disculpó con Mar por lo ocurrido hacía un momento. Ella le quitó importancia.
Era la 1’30 p.m. y hacían verdaderos esfuerzos para soportar el insufrible calor que hacía. Mar miraba a su alrededor lo animado del ambiente. Conversaban en animada charla, cuando tras unos instantes, ella captó algo extraño.
Brendan también se apercibió de ello. A Mar no le gustó la expresión en los ojos de Brendan.
Uno, dos, tres, cuatro…, doce individuos. Un recuento nada esperanzador.
Irrumpieron inesperadamente, y su llagada provocó desasosiego entre los que
allí se encontraban.
Eran nativos del país: árabes. La mayoría eran jóvenes, aunque no todos. Vestían a la antigua usanza árabe. Sendos turbantes ceñían sus cabezas y… De pronto, Mar dejó de pensar en las ropas que definían su cultura porque el mundo se le vino encima al percatarse de algo que la produjo un escalofrío que la dejó helada: uno de aquellos sujetos mostraba una sospechosa apariencia. Llevaba un fusil camuflado bajo su indumentaria. La culata del arma asomaba peligrosamente por uno de los pliegues de su chilaba.
Eran nativos del país: árabes. La mayoría eran jóvenes, aunque no todos. Vestían a la antigua usanza árabe. Sendos turbantes ceñían sus cabezas y… De pronto, Mar dejó de pensar en las ropas que definían su cultura porque el mundo se le vino encima al percatarse de algo que la produjo un escalofrío que la dejó helada: uno de aquellos sujetos mostraba una sospechosa apariencia. Llevaba un fusil camuflado bajo su indumentaria. La culata del arma asomaba peligrosamente por uno de los pliegues de su chilaba.
Ella alzó sus ojos hacia al techo buscando el gran azul (el cielo), implorando
benevolencia. Los cerró un instante presa de su desesperanza. Buscó la mano de
Brendan y se aferró a ella con desesperación. Se sentía aterrorizada.
—Mar… –musitó él, sus ojos le dejaron entrever que el temor que ella había
sentido no fue infundado– ¡Nos vamos ahora mismo! –apremió.
—¿Qué ocurre?
—Carlo, no preguntes y confía en mí. Quizá aún tengamos tiempo para… He olvidado algo. Esperad un momento –se fue a toda prisa por el pasillo escaleras arriba.
—¡Brendan qué pasa! –Carlo no quiso comprender.
—¿Qué ocurre?
—Carlo, no preguntes y confía en mí. Quizá aún tengamos tiempo para… He olvidado algo. Esperad un momento –se fue a toda prisa por el pasillo escaleras arriba.
—¡Brendan qué pasa! –Carlo no quiso comprender.