INTRODUCCIÓN
Desierto occidental, en un lugar perdido
al sur de El Cairo, Egipto.
Recuerdos acaecidos, un funesto episodio,
que ella: Mar, evocaba. El cual jamás se borraría de su memoria:
<<-¡No!... ¡Brendan,… no! –la
catástrofe se cernió sobre los que allí estábamos. Mar, gritaba. No podía
reaccionar, sin embargo:
-Amor mío, despierta,… ¡despierta! –el
llanto la consumía ante la cruda evidencia.
Arrodillada junto a él,
no dejaba de pronunciar su nombre, tocándole la cara con la esperanza de que él
le respondiera.
Fue en vano.
-Mar, cálmate… Todos estamos
apesadumbrados.
-No, Sam, esto no está pasando. Tómale el
pulso, ¡dime que está bien! ¡Dímelo, dímelo!... –deshecha por el dolor, quedó
abatida sobre la arena, rota por el llanto>>.
Yo, Sam, la contemplaba desde mi
abatimiento e impotencia, yo, amigo y espectador de un capricho del destino
injusto y al que no sabía qué nombre darle.
Ellos, habían cumplido
el trato pactado con el destino, pero una grieta en lo ya escrito, desgarró el
plan urdido por la fatalidad.
Jamás los ángeles debieron atreverse a
soliviantar la armonía de nuestra rutina, tocada por el horror de lo no
soportable.
Infinito mar de arena;
las arenas del tiempo. El desierto, testigo mudo de un pérfido envite del
azar.
Horizonte desdibujado por un quiebro de la
muerte.
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